Thursday, February 5, 2009

Ocho Contratiempos


Hay días en los que uno debería quedarse en casa y no salir ni a la esquina e incluso debiera uno quedarse debajo de las cobijas para evitar cualquier contratiempo. El lunes por ejemplo, hacía un frío terrible y nevaba. Cualquier persona con tres dedos de frente y una cuenta bancaria de varios ceros a la derecha habría tomado la decisión de ivernar. Yo, como el 99.9 por ciento de la población mundial tuve que salir a trabajar, haciendo grandes esfuerzos para no resbalarme en el hielo y maldiciendo a la alcaldía que no saló los andenes a tiempo. Contra todos los pronósticos, fue un día bastante normal y mi coxis y mi orgullo lograron ir y volver intactos de la oficina.

Hay días en los que uno cree que quedarse en casa sería una afrenta y nos sentimos obligados a abandonar el encierro y la seguridad del hogar y nos aventuramos con la esperanza de tener un día inolvidable. Hoy por ejemplo, el cielo amaneció azul, el sol brillaba y las temperaturas exteriores se mostraban bastante clementes. Motivado como pocas veces, me lancé a atravesar la ciudad y decidido a abandonar el uso del metro. Me explico: desde que comenzó a hacer un frío canalla, utilizo muy poco la moto. Mi casco no es “integral” lo que quiere decir que de la nariz para abajo todo se congela, y ni hablar de las manos ya que mis guantes, aunque llenos de protecciones, están también llenos de sistemas de ventilación que me hacían llegar a la oficina con las manos congeladas. Ayer decidí acabar con el martirio y fui a comprar un casco integral y unos guantes que bien podrían servir para manipular uranio enriquecido.

Como es bastante conocido por todos, a mi hasta un vendedor de estrellas me enrolla (acuérdense de la compra de los tenis hace unos meses). En efecto, llegué al almacén con la idea precisa de comprar el casco que ya tenía escogido por Internet y que a mis ojos, era justo lo que yo necesitaba. Pero más me demoro yo en decir que quiero el casco “x” (que es también el más barato) que el vendedor en comenzar a nombrar uno por uno sus inconvenientes. Para resumir, el casco que yo quería no estaba homologado para soportar huracanes de categoría cinco, ni terremotos, ni lluvia de piedras volcánicas de un diámetro superior a 4 centímetros, ni una lluvia de meteoritos por ligera que fuera, ni una despencada por un abismo contundente, cosas que como todo el mundo sabe, suceden en Paris todos los días. Así es que, pensando en mi seguridad, dejé que el vendedor me arrastrara hacia el estante en el que se encontraban los casos de alto turmequé, entre los cuales, Oh sorpresa!, había unos cuantos en rebajas de hasta el 40 por ciento.

Me decidí por un casco ultraseguro disponible en la que el vendedor dijo que era mi talla. Traté de explicarle que mi cabeza no se había encogido desde la última vez que la medí pero no hubo argumento que valiera. Traté de decirle que el caso que uso actualmente es de una talla superior e incluso le dije, después de luchar como un loco para meter mi cabeza en el caso, que a mi modo de ver el caso era un poco pequeño y que me apretaba los cachetes con más fuerza que mi querida madre cuando me regañaba (y eso ya es mucho decir*), pero el vendedor tenía una respuesta para todo: que las tallas cambian de una marca a la otra, que los cojines que aprietan los cachetes ceden con el tiempo, que es más seguro que el casco quede firme, etc. Como el vendedor siempre tiene la razón y yo de motociclista no tengo un pelo, salí de la tienda con un casco y un par de guantes.

Hoy por la mañana salí en mi moto muy contento con mi casco y con mis guantes nuevos. La siguiente fue entonces la cadena de contratiempos:

Primer contratiempo: cualquier imbécil sabe que la respiración en un espacio cerrado produce el efecto conocido como empañamiento (que palabra tan fea). Novato en eso del uso y protocolo del casco integral, no tomé la precaución de abrir la aeraciones y a los pocos minutos no solo me estaba sancochando sino que estaba completamente ciego. Cuando la visera comenzó a empañarse me tranquilicé pensando que era cuestión de unos segundos para que la molestia desapareciera y en efecto, en aquello de los segundos no me equivoqué porque cuando me dí cuenta lo único que veía era los stops de los carros y después nada, vapor total, ausencia de cualquier signo de vida al exterior de mi casco ultraseguro.

Segundo contratiempo: cualquier imbécil sabe que para desempañar un vidrio o en su defecto, una visera, el remedio más efectivo es la entrada de aire por lo que mi primer reflejo fue levantar la visera para dejar pasar el aíre. El problema es que con los guantes nuevos y ultraseguros, la manipulación de la visera es prácticamente imposible. Que no cunda el pánico me dije. Me quito el guante y ya está! Cuánta ingenuidad! El guante ultraseguro también resiste huracanes de categoría 5 y no es tan fácil de quitar como uno quisiera. Afortunadamente todo este vía crucis ocurrió cuando me encontraba en un semáforo en rojo y la única consecuencia desagradable fue haber armado un pequeño trancón.

Tercer contratiempo: el casco comienza a apretar. Cuando me doy cuenta de que me estoy mordiendo los cachetes involuntariamente, llego a la conclusión de que definitivamente mi talla es otra. A los cinco minutos empieza el dolor de cabeza y empiezo a preguntarme cuanto falta para la embolia. Decido ir al almacén a cambiar el casco.

Cuarto contratiempo: llego al almacén (que está todavía cerrado) y veo que el vendedor está en la entrada fumando un cigarrillo en el andén. Mi primer impulso fue montarme al andén con la moto y aplastarlo contra su propia vitrina pero al último momento decidí que era más cool parquearme sobre la cebra como un marrano, y quitarme el casco mientras le digo que tiene que aceptar el cambio. Las cosas no sucedieron como yo hubiera querido. Efectivamente logré parquearme sobre la cebra como un marrano justo al frente del vendedor, quien, obviamente no me reconoció (el casco ultraseguro escasamente deja ver los ojos). Creo que finalmente supo que era yo cuando vio que me enredé con el sistema ultraseguro de doble anillo con el que se amarra el casco y que no fui capaz de desamarrar. En fin, quedé como un idiota.

Quinto contratiempo: cuando por fin logro deshacerme del casco, me lanzo entonces en un intento desesperado por salvar mi honra. Me bajo de la moto y con la actitud más canchera de la que puedo ser capaz, abro el baúl de la moto, saco un cigarrillo, trato de prenderlo con mi encendedor que no sirve (el vendedor muy amable me presta el suyo) y con toda la naturalidad del caso, vuelvo a cerrar el pequeño baúl. Fue solo cuando oí el “click” que indica que el baúl está bien cerrado que me di cuenta que en medio de mi delirio canchero, dejé las llaves de la moto dentro del baúl que por cosas de la vida, también resiste huracanes de categoría 5. No me queda más remedio que asumir que soy un idiota y que frente a ese vendedor ya no me queda ni orgullo ni honra ni nada. Hay cosas peores me digo, pero la verdad es que en ese momento no puede haber nada peor que mi moto parqueada sobre una cebra**.

Sexto contratiempo: el modelo de casco que compré no está disponible en mi talla por lo que la única solución es o manejar por todo Paris con migraña y mordiéndome los cachetes o cambiarlo por uno de la última colección pagando la diferencia de precio.

Séptimo contratiempo: decido llamar a Guillaume para que venga a traerme el doble de la llave. Mi celular también está atrapado en las entrañas de la moto. El vendedor me presta el teléfono y descubro con espanto que Guillaume tiene el celular apagado. La única solución posible es coger un taxi, ir hasta mi casa en el otro extremo de la ciudad, recoger la llave y volver a recuperar la moto.

La operación de rescate fue todo un éxito. El taxi me salió por un ojo de la cara y llegué a la oficina casi al medio día. Mi compañero de oficina me recibió diciéndome “creí que Su Alteza no iba a venir”.

Octavo contratiempo: me siento en mi escritorio y a los veinte minutos, justo cuando he terminado de contar mi odisea, suena el teléfono y la recepcionista me anuncia que Guillaume está en la recepción. Digo que lo dejen subir y pienso que debí haber olvidado algo urgente porque no es normal que Guillaume se aparezca en mi oficina así como así. Cuando abro la puerta lo primero que veo es a Yves André Citroën (mi perro) que se me bota encima y entiendo que Guillaume, al salir a pasear al perro, ha olvidado sus llaves adentro del apartamento, salvándome así del regaño que me esperaba esta noche por descuidado, despistado, etc. Finalmente Dios sabe como hace sus cosas.

*Declaro bajo la gravedad de juramento que nunca fui víctima de maltrato infantil.
**Mi moto cuenta con un sistema de seguridad. La única manera de sacar la llave del contacto es bloqueando la dirección y asegurando el freno de mano. Como pesa 200 kilos, una vez bloqueada NO LA MUEVE NADIE.