Monday, October 20, 2008

Al carajo el fisco!

En este momento somos cuatro colombianos en la oficina. De los cuatro me atrevo a decir que tres tenemos fama de fascistas, ultraderechistas y poco progresistas. La explicación es muy simple: no odiamos a Uribe, no nos morimos de admiración por Ingrid Betancourt, alimentamos un odio desmesurado contra las FARC y un nivel de tolerancia bastante bajo (casi inexistente) hacia la izquierda latinoamericana. Lo primero que hay que explicar es que la izquierda latinoamericana en nada se parece a la izquierda europea.

Basta con recordar las caras de espanto de nuestros colegas cuando en marzo pasado saltábamos de la dicha al enterarnos de la muerte de Raúl Reyes. Si a esto sumamos la incapacidad que tenemos para ocultar nuestra indignación cada vez que alguien se atreve a decirnos que detrás de nuestras guerrillas se esconde un proyecto político y los esfuerzos que hacemos para disminuir los errores de nuestro gobierno, la acusación encuentra entonces todas sus justificaciones y tenemos que aceptar que ante los ojos de nuestros colegas, somos fachos.

Hoy mi compañero de oficina me miró indignado cuando le dije que estoy cansado de pagar impuestos (impuesto a la renta, impuesto de recolección de basuras, impuesto a la finca raíz, tasa de habitación, tasa audiovisual , contribución de solidaridad, etc) y que quisiera mandar al fisco a la mierda. Como era de esperarse, sacó el argumento de la solidaridad y de la redistribución de la riqueza e incluso me dijo que no escribiera nada al respecto porque podría ofender a mis lectores.

Haciendo caso omiso de su advertencia, he decidido escribir estas líneas con el propósito de aclarar que yo no estoy en contra de la redistribución de la riqueza. Simplemente estoy cansado de pagar impuestos para financiar un sistema que a mi modo de ver, no funciona: la televisión pública es una porquería, mi calle es un basurero, los médicos son malos (y ni hablar de los dentistas), los funcionarios viven en huelga, etc.

Por regla general trato de hablar solamente sobre las cosas que conozco. Cuando uno viene de una República Bananera, uno llega al primer mundo convencido de que las cosas funcionan de una manera diferente o para no ir más lejos: funcionan y punto. Basta tener que hacer cualquier papeleo en Francia para darse cuenta de que acá hay tanta o más burocracia (de hecho la palabra es una creación francesa). Los tres mandamientos del funcionario público (1. “Eso si no se va a poder”, 2. “Vuelva dentro de ocho días” y 3. “Eso se me traspapeló”) parecen dogmas intocables y de rigurosa aplicación.

La administración de justicia es otro ejemplo flagrante. Desafortunadamente el año pasado me vi obligado a poner en marcha el aparato policial y judicial francés. La historia es muy simple: los que me conocen saben que me encantan los perros. Un día decidí que quería otro (además del que ya tengo), con la idea de que dos perros podrían acompañarse y tener una existencia más llevadera mientras yo trabajaba. Tal vez víctima de un rezago ochentero, decidí que el segundo perro sería un Cocker Spaniel y me lancé a buscarlo como un loco. Después de dos meses de búsqueda di con un anuncio en el que se ofrecían para la venta unos cachorros finísimos y con más apellidos que cualquiera de las personas que conozco, salvo tal vez el marido de una tía que tiene unos buenísimos y distinguidísimos. Llamé al número del anuncio y al otro lado del teléfono una anciana se negó a mandarme fotos argumentando que la compra de un perro era un acto de amor a primera vista y que la química necesaria para escogerlo solo era posible obtenerla en vivo y en directo. Estoy de acuerdo con la vieja pero el problema es que nos separaban más de 5 horas en carro. Aún así, Guillaume y yo hicimos el viaje hasta la punta norte de Francia para conocer al perrito y efectivamente, nos enamoramos de uno que dos meses después, ingresó formalmente a la familia.

El perrito era un encanto y se la pasaba pegado a nuestros pies y nos miraba todo el tiempo con esos ojos llenos de amor y de tristeza que solo tienen los Cocker y nosotros matados con la bestia, no parábamos de consentirlo y de peinarlo y de darle amor.

El problema empezó a los pocos meses cuando algunos vecinos nos dijeron que el perrito hacía ruido cuando nosotros no estábamos. Empezamos por tomar las medidas básicas y antes de salir escondíamos las guitarras, las flautas, los tambores y cerrábamos el piano con llave. No sirvió de mucho pues el perrito descubrió entonces que podía aullar como un lobo y pasaba las horas deleitando a los vecinos con sus cantatas profanas.

Una mañana a eso de las seis, toco a la puerta un vecino enfurecido diciendo que no soportaba los aullidos y que era necesario que tomáramos las medidas pertinentes. Fuimos al veterinario y tuvimos que soportar que nos tildaran de hijos de puta por dejar a semejante encanto solito todo el día. El veterinario nos vendió un difusor de feromonas de mamá perro. Era algo semejante a un ambientador de esos que se conectan o se “enchuflan” en cualquier “enchufle” (en otra ocasión disertaré sobre el origen y uso correcto de la palabra “enchufle”) y que durante todo el día esparce feromonas perrunas por todo el apartamento para, supuestamente, calmar al animalito. Después de varios días navegando entre las feromonas de mamá perro y viendo que el perrito seguía igual de acongojado al tiempo que Guillaume y yo empezábamos a adoptar actitudes perrunas como orinarnos de la emoción cuando llegaba alguien o tomar agua del inodoro, decidimos que era el momento de abandonar las feromonas y tomar medidas drásticas. Fue así como terminamos en el consultorio de un psiquiatra perruno. La idea de la consulta era reproducir el ambiente familiar del animal en el consultorio para que el psiquiatra pudiera ver cuál era el problema que aquejaba al pobre animal. Terminamos Guillaume y yo, con los dos perros en un consultorio mientras el galeno observaba todos los movimientos de todos los presentes. Al final nos recetaron un collar antipulgas para Guillaume y prozac para el perrito.

Empezamos a drogar al perro con la esperanza de que el problema se solucionara. Durante tres semanas no recibimos quejas y una noche cualquiera, después de llegar de una comida y mientras dormíamos, el vecino energúmeno que había venido a gritar como un loco unas semanas antes, logró introducirse en nuestro apartamento. Primero oi un ruido y unos segundos más tarde tenía yo al tipo ese lanzando improperios al lado de mi cama. Pasan unos cuantos segundos hasta que empiezo a darme cuenta de lo que sucede y el abogado que duerme en mi y todo el “mi” que duerme se despierta y salgo con una frase del estilo “esto es una invasión en propiedad ajena” y segundos después le grito a Guillaume que llame a la policía y el tipo salta encima mío y cuando menos me doy cuenta tengo un tipo que intenta estrangularme y yo no puedo ni moverme.

Para no alargar el cuento (que ya está bastante largo y completamente alejado de mi indignación con el fisco), el tipo se fue tan rápido como llego. A la mañana siguiente empezó la odisea de ir a la policía, interponer las denuncias respectivas y esperar a que la justicia estatal hiciera su trabajo. La respuesta de la policía fue contundente: “vuelva a llamar si el tipo le vuelve a pegar”.

La justicia no es la misma para todo el mundo. Al hijo del presidente le robaron una moto y dos días después no solo ya habían encontrado la moto sino que además habían tomado muestras de ADN sobre la misma para encontrar y arrestar al culpable, como en efecto lo hicieron. Yo le dí a a la policía el nombre y la dirección de mi agresor y ¿creen ustedes que hicieron algo? Por supuesto que no.

Por eso es que me da rabia pagar impuestos. No es porque sea un facho anti-progresista que esté en contra de la solidaridad y la redistribución de la riqueza.

Epílogo: al perrito lo regalamos. Pusimos un anuncio de esos que dicen “motivo viaje”. Nunca volvimos a contestar el teléfono por miedo a que nos lo devolvieran por “vicio oculto”.

Tuesday, October 7, 2008

Tres vueltas



El domingo pasado fui al hipódromo por primera vez. A las 4:40 de la tarde se corría el Premio "Qatar Arco del Triunfo" que según los conocedores es el premio más importante del mundo. La experiencia fue divertida. El hipódromo parecía un circo en el que se mezclaban alegremente abrigos de piel, sombreros ridículos, copas de champaña, borrachines apostadores , damas de la alta y de la vida, y entre todos, Guillaume y yo, maravillados por el espectáculo, siguiendo el juego y cumpliendo el libreto al pie de la letra.

Una tarde de carreras en el hipódromo es como una tarde de sexo. La carrera termina siendo accesoria. Lo que importa es el preámbulo y todo lo que precede al galope, que en últimas, dura apenas poco más que un orgasmo. Lo bueno es que en una tarde puede haber hasta 8 carreras y en eso si hay una gran diferencia con una tarde de sexo porque difícilmente hay yegua o caballo que aguante 8 galopes en una misma tarde, aunque uno nunca sabe.

En todo caso, lo largo es todo lo que viene antes de esos dos minutos de gloria. La fila para apostar, el análisis de cuánto, cómo y por quién apostar, saber si apostamos al ganador, al trío, al dúo, al figurante, al cojo o al tuerto. El domingo estuve a punto de ganar, de no ser porque "Duque de Mermelada" quedó de quinto y no de tercero como yo había anunciado. La verdad es que no lo culpo, con ese nombre ¿a quién le dan ganas de correr?.

Termino la entrada de esta semana respondiendo a la pregunta que algunos de ustedes se han hecho y que algunos otros me han formulado directamente: ¿Quién es Diana Prince? Pues bien, Diana Prince no es otra que la mujer maravilla. Lo que pasa es que un super-héroe no puede andar por el mundo diciendo “Mucho gusto me llamo Super Man" o “Encantada, soy la Mujer Maravilla” o peor aún “El gusto es mío, soy el Chico Maravilla”. Es por eso que todos tienen una identidad secreta que les permite confundirse con la multitud en el día a día.

Si algún día en una fiesta alguien les dice que se llama Bruno Diaz, tengan la seguridad de que se trata de Batman. Si por el contrario les presentan a Ricardo Tapia, aguanten la risa y sepan que se trata del Chico Maravilla o Robin para los más iniciados. Si algún día ven a Diana Prince, síganla de cerca porque en el momento menos pensado da tres vueltas y se convierte.

Thursday, October 2, 2008

¿Quién es Diana Prince?




Las últimas semanas han estado llenas de pequeños acontecimientos que juntos constituyen aquello que todo el mundo llama “vida”. Del descubrimiento de Meryl Streep cantando las mejores canciones de Abba al “Salon del Vintage”, pasando por los días europeos del patrimonio y por supuesto, por mi primera semana en el gimnasio y culminando con el hecho de haber recibido una carta manuscrita como no recibía desde hace muchos, muchos años.

Vayamos por partes. Las “Journées du Patrimoine” consisten en que durante dos días todos los edificios públicos y privados considerados como patrimonio cultural se abren al público de manera gratuita. Es así como el palacio presidencial, las altas cortes, los ministerios y muchos otros lugares quedan al descubierto.

Yo detesto hacer filas y quien dice “gratis” dice “fila interminable” así es que mis deseos culturales solo alcanzaron para ir a visitar el Palais Royal, sede del Ministerio de Cultura, del Consejo de Estado y del Consejo Constitucional. Después de la dosis de cultura gratuita, nada mejor que terminar el domingo con una pequeña (sobre)dosis de Abba para lo cual lo único que se necesita es imaginar una pequeña isla mediterránea con una altísima concentración de feromonas, añadir las mejores canciones de Abba en la voz de Meryl Streep, secundada por Pierce Brosnan y el resultado es sorprendente: una película kitsh a más no poder y absolutamente deliciosa que cumple con uno de los principales objetivos del cine: divertir, dejando muy claro que el que quiera filosofía que se compre un libro.

Cuando uno va a ver una película como “Mamma Mia”, hay que saber qué es lo que se va a encontrar. Por eso es que antes del comienzo de las películas ponen un anuncio invitando a la gente a que se informe sobre el contenido de la película que están a punto de ver. El anuncio siempre me pareció ridículo aunque debo reconocer que una vez fui a cine a ver una película que se llamaba “Anatomía del Infierno” y que además era protagonizada por Rocco Siffredi. Yo tenía muy claro que aunque la película no estuviera clasificada como triple x, el solo hecho de tener a Rocco como protagonista y “Anatomía del Infierno” como título, era garantía de que la película iba a ser, por así decirlo, “guarra”. Efectivamente, veinte minutos después del inicio de la proyección, la sala estaba completamente vacía. Tal vez todas las personas que abandonaron la sala no sabía quién era Rocco Siffredi y tal vez pensaron que se trataba de una revelación italiana. Conclusión, cuidado con los títulos porque una película que se llame “Mójame toda soy tuya” muy probablemente no tratará la historia de una sirenita domesticada en un estanque y “La Quinceañera y el Caballo” puede resultar traumática para quien espere encontrar una película al estilo de Barbara Streissand.

Volviendo a “Mamma Mia”, debo admitir que hace mucho tiempo no me divertía tanto en cine. Meryl Streep demuestra una vez más que puede hacer lo que le de la gana. Confieso que quedé tarado. Después de cantar Abba durante toda una semana hasta el punto de sorprenderme tarareando “Chiquitita” por los pasillos de la oficina, el fin de semana pasado terminé en el Salón del Vintage. A mi siempre me han gustado los 70s y para demostrarlo, terminé comprando un abrigo de conejo blanco (tal vez todavía estaba bajo los efectos de alguno de los videos de Abba) y una gabardina de cuero. Afortunadamente el salón duró solo dos días porque de seguir así, habría podido cambiar el Audi por el carro de Starsky y Hutch o como mínimo, por el mercedes de Diana Prince.

Después del vintage decidí canalizar mi energía y hoy puedo decir que remplacé la energía que recorría todo mi cuerpo por un dolor que me ha tenido al borde de la invalidez. Todos y cada uno de mis músculos los tengo hechos compota y todo es culpa de Nelson. Con decirles que hasta me duele llevarme el cigarrillo a la boca y ayer estuve a punto de pedir ayuda a mi compañero de oficina para ponerme la chaqueta (desistí por no considerarlo apropiado). Por las noches quisiera poder quitarme los brazos y volvérmelos a poner cuando ya no duelan. Lo único que me motiva es que si sigo juicioso, en seis meses estaré delicioso o posiblemente convertido en un marrano porque desde que empecé a ir al gimnasio como una vaca.

La ola de acontecimientos terminó ayer cuando al llegar a mi casa encontré un sobre en mi buzón que para mi gran sorpresa, no contenía una factura. Era una carta de Milesi, escrita de su puño y letra en agosto de 2008; una hoja que después de dos meses de atravesar el Atlantico a lomo de burra, llegó a mis manos reviviendo la vieja emoción de abrir el sobre y de sentir una proximidad que ningún medio electrónico podrá igualar jamás. Como bien lo escribio Milesi: “Me haces falta Juancito y yo también me cago en Facebook”. Prometo responder de mi puño y letra y con algo de suerte, tal vez mi carta llegue a Buenos Aires antes del fin de año.