Soy miembro de Facebook desde hace poco menos de un año. Hasta hace poco estaba convencido de las innumerables ventajas de la herramienta cibernética. Gracias a Facebook uno puede enterarse de lo que le pasa a todo el mundo, a sus amigos cercanos, lejanos e incluso a sus mas queridos enemigos. Gracias a Facebook, uno puede compartir sus ultimas vivencias y mostrar al mundo los lugares y las personas que lo rodean. Sin embargo no todo es color de rosa.
Facebook también puede resultar irritante. No hay nada peor que recibir diez mil invitaciones para convertirse en vampiro, en hombre lobo, en oso cariñosito o en cienciólogo. Como si uno no tuviera nada que hacer en esta vida. La ventaja es que Factbook no alimenta rencores. Si rechazo una invitación estúpida nadie será informado, ni siquiera el interesado. Si borro amigos de mi lista, no hay odiosas notificaciones que los alerten :”Juan no quiere ser más tu amigo”. Esto, además de preservar una imagen políticamente correcta, permite vaciar el cuarto de los chécheres en total discreción y reducir la lista de “amigos” a justas proporciones.
Facebook es también una vitrina y como todo vendedor que se respete, uno solo pone en la vitrina lo mas bonito y lo que mejor se vende. Es lógico. Yo no pondría en mi vitrina la foto en la que salgo bizco o tuerto. Prefiero mostrarme delante de Buckigham Palace envuelto en un Givenchy rojo o tirado en una playa en l’Ile de Ré o piqueniqueando en el Campo de Marte.
Ademas, la frontera de la intimidad se está desdibujando a pasos agigantados. Con herramientas como los walls y super walls, el intercambio de mensajes personales se hace ahora a gritos y en una especie de ciber-plaza publica. Aun no entiendo por qué a veces en lugar de enviar un mensaje privado, preferimos el wall. Queremos que nos lean, que nos admiren, que nos invadan, que todo el mundo sepa con quién hablamos y en qué términos.
Los problemas están lejos de terminar. Facebook y otras herramientas semejantes están llevando al hombre moderno a parecerse cada vez más al hombre de las cavernas. La comunicación se está transformando y la palabra está perdiendo terreno frente a otras formas de comunicación que, a mi juicio, independientemente de la tecnología que las soporta, son bastante primitivas. Con simples pokes, drinks, gifts y otros tantos artificios, la comunicación al interior de la red se vuelve cada vez más animal y cada vez menos pensante. Ya no tengo necesidad de decirles a mis amigos que estoy contento, que todo va bien. Basta con poner en mi pagina de status que “Juan is feeling happy”. Cada vez tengo menos necesidad de hablar y mis relaciones se vuelven cada vez más visuales, más básicas.
Hace algunos años, cuando el boom de Internet invadió mi vida y la de todas las personas que conozco, fui testigo de la muerte del correo tradicional. Desde que tengo e-mail, no he vuelto a escribir una sola carta de mi puño y letra. Tampoco las he recibido. Lo único que hoy llega a los buzones tradicionales son las facturas. Ya no tiene el menor encanto recibir correo tradicional. Hoy, con la llegada de Facebook, me temo que estemos a punto de presenciar la muerte del correo electrónico. Desde que tengo a mis amigos en Facebook, los e-mails personalizados son cada vez mas raros. Es cierto que es mucho más fácil y rápido hacer un click sobre una listas de amigos y enviar tan solo un par de líneas histoire de dire que nos interesamos y que queremos mucho a tal o cual persona. Si hace 10 años dejé morir en mis manos al correo tradicional y renuncié para siempre a lamer estampillas y sobres, al corazón que bate emocionado ante la carta tanto esperada; hoy me niego a renunciar también al correo electrónico y a las menores emociones que produce el numerito entre paréntesis al lado del Inbox.
Facebook está acabando con las relaciones interpersonales. La semana pasada celebré mi primer cumpleaños desde que soy miembro de Facebook. Al comienzo la experiencia es encantadora. Compañeros de colegio que no veo desde hace 20 años y que todavía me llaman por el apellido (como es costumbre en los colegios masculinos bogotanos) me mandan mensajes de feliz cumpleaños (a todos ellos muchas gracias por los mensajes, sobre todo después de tantos años de ausencia y distancia). El día avanza y los mensajes se multiplican y llegan de parte de quien menos lo espero. El problema comienza cuando las personas que verdaderamente consideramos cercanas se funden entre la multitud. En algún momento del día recibí una copa de Champaña virtual. Lo primero que me dije es, tan lindo el remitente, en cualquier momento llama o escribe largo como es su costumbre, como ha sido todos los años desde 1997. Lamentablemente la llamada nunca llego y lo único que recibí fue una copa virtual que con todo el amor del mundo me encantaría botársela a la cara. A él y a todos aquellos que tenían la costumbre de llamar y que este año se limitaron a dos líneas, poniéndose al mismo nivel de aquellos a quienes no veo hace 20 años.
Por eso Facebook puede irse a la mierda.
Facebook también puede resultar irritante. No hay nada peor que recibir diez mil invitaciones para convertirse en vampiro, en hombre lobo, en oso cariñosito o en cienciólogo. Como si uno no tuviera nada que hacer en esta vida. La ventaja es que Factbook no alimenta rencores. Si rechazo una invitación estúpida nadie será informado, ni siquiera el interesado. Si borro amigos de mi lista, no hay odiosas notificaciones que los alerten :”Juan no quiere ser más tu amigo”. Esto, además de preservar una imagen políticamente correcta, permite vaciar el cuarto de los chécheres en total discreción y reducir la lista de “amigos” a justas proporciones.
Facebook es también una vitrina y como todo vendedor que se respete, uno solo pone en la vitrina lo mas bonito y lo que mejor se vende. Es lógico. Yo no pondría en mi vitrina la foto en la que salgo bizco o tuerto. Prefiero mostrarme delante de Buckigham Palace envuelto en un Givenchy rojo o tirado en una playa en l’Ile de Ré o piqueniqueando en el Campo de Marte.
Ademas, la frontera de la intimidad se está desdibujando a pasos agigantados. Con herramientas como los walls y super walls, el intercambio de mensajes personales se hace ahora a gritos y en una especie de ciber-plaza publica. Aun no entiendo por qué a veces en lugar de enviar un mensaje privado, preferimos el wall. Queremos que nos lean, que nos admiren, que nos invadan, que todo el mundo sepa con quién hablamos y en qué términos.
Los problemas están lejos de terminar. Facebook y otras herramientas semejantes están llevando al hombre moderno a parecerse cada vez más al hombre de las cavernas. La comunicación se está transformando y la palabra está perdiendo terreno frente a otras formas de comunicación que, a mi juicio, independientemente de la tecnología que las soporta, son bastante primitivas. Con simples pokes, drinks, gifts y otros tantos artificios, la comunicación al interior de la red se vuelve cada vez más animal y cada vez menos pensante. Ya no tengo necesidad de decirles a mis amigos que estoy contento, que todo va bien. Basta con poner en mi pagina de status que “Juan is feeling happy”. Cada vez tengo menos necesidad de hablar y mis relaciones se vuelven cada vez más visuales, más básicas.
Hace algunos años, cuando el boom de Internet invadió mi vida y la de todas las personas que conozco, fui testigo de la muerte del correo tradicional. Desde que tengo e-mail, no he vuelto a escribir una sola carta de mi puño y letra. Tampoco las he recibido. Lo único que hoy llega a los buzones tradicionales son las facturas. Ya no tiene el menor encanto recibir correo tradicional. Hoy, con la llegada de Facebook, me temo que estemos a punto de presenciar la muerte del correo electrónico. Desde que tengo a mis amigos en Facebook, los e-mails personalizados son cada vez mas raros. Es cierto que es mucho más fácil y rápido hacer un click sobre una listas de amigos y enviar tan solo un par de líneas histoire de dire que nos interesamos y que queremos mucho a tal o cual persona. Si hace 10 años dejé morir en mis manos al correo tradicional y renuncié para siempre a lamer estampillas y sobres, al corazón que bate emocionado ante la carta tanto esperada; hoy me niego a renunciar también al correo electrónico y a las menores emociones que produce el numerito entre paréntesis al lado del Inbox.
Facebook está acabando con las relaciones interpersonales. La semana pasada celebré mi primer cumpleaños desde que soy miembro de Facebook. Al comienzo la experiencia es encantadora. Compañeros de colegio que no veo desde hace 20 años y que todavía me llaman por el apellido (como es costumbre en los colegios masculinos bogotanos) me mandan mensajes de feliz cumpleaños (a todos ellos muchas gracias por los mensajes, sobre todo después de tantos años de ausencia y distancia). El día avanza y los mensajes se multiplican y llegan de parte de quien menos lo espero. El problema comienza cuando las personas que verdaderamente consideramos cercanas se funden entre la multitud. En algún momento del día recibí una copa de Champaña virtual. Lo primero que me dije es, tan lindo el remitente, en cualquier momento llama o escribe largo como es su costumbre, como ha sido todos los años desde 1997. Lamentablemente la llamada nunca llego y lo único que recibí fue una copa virtual que con todo el amor del mundo me encantaría botársela a la cara. A él y a todos aquellos que tenían la costumbre de llamar y que este año se limitaron a dos líneas, poniéndose al mismo nivel de aquellos a quienes no veo hace 20 años.
Por eso Facebook puede irse a la mierda.