A veces siento que vivo una vida prestada. Por las noches, al salir de la oficina, cuando el tráfico ya está suave y las calles están medianamente desiertas, atravieso los bulevares y no puedo evitar mirar a mi alrededor y maravillarme con la ciudad que me rodea. Para llegar a casa tengo que cruzar Paris de oeste a este, pasando por el frente de la Opera, de la Madeleine, de la Bolsa y de Republique, a no ser que esté un poco soñador y decida hacer la travesía bordeando el Sena, en cuyo caso el itinerario es Campos Eliseos, Concordia, Louvre, Bastilla. Poco importa la ruta, lo cierto es que llevo 5 años en Paris y aún emito un profundo Ohhhhhh! interior cada vez que veo la torre Eiffel. No puedo evitar sentirme privilegiado y en consecuencia, siento que tengo una vida prestada y que mucho de lo que me pasa no debería sucederme.
El sentimiento cambia cuando cruzo el umbral de mi oficina. Cuando paseo por Paris me pregunto ¿qué he hecho para merecer esto?, bajo la cabeza y hago una mueca de falsa humildad, de modestia y me siento premiado. Por el contrario, cuando llego a la oficina y veo que tengo que asumir la vida que escogí, cuando se trata de pasar 40 horas seguidas corriendo como un loco para que todo esté perfecto mientras los otros duermen, cuando en medio de la noche, en medio del silencio que recorre los pasillos, en medio de la angustia que produce la constatación de que el día solo tiene 24 horas y de que 24 horas no son suficientes para hacer todo lo que hay que hacer; en esos momentos la pregunta, aunque sigue siendo la misma ¿qué he hecho para merecer esto?, toma un aire dramático y en lugar de bajar la cabeza, levanto los ojos al cielo, extiendo los brazos con las palmas de la mano aleteando hacia el Señor, buscando una explicación al castigo y quisiera devolverle esta vida a quien quiera que sea su dueño y largarme para el tercer mundo, volverme político corrupto y vivir tranquilo. Después salgo a mi terraza a fumarme un cigarrillo, respiro profundo y recuerdo que alguien me dijo hace pocos días que siempre es en medio de un “filing” que los deseos de renunciar aparecen. Y es que en realidad hay pocas cosas que puedan compararse a un “filing”.
Para empezar quiero disculparme por el empleo del anglicismo pomposo, pero he tratado de encontrar una palabra en español que pueda ayudarme a definir un filing y he llegado a la conclusión de que no existe. Para no extenderme demasiado, el filing constituye el momento en el cual uno manda lo que tenga que mandar al tribunal arbitral. A veces uno manda solo unas cuantas páginas y tres o cuatro documentos, lo que es un “pequeño filing” y a veces manda uno 300 páginas con 240 documentos, lo que es un “filing de mierda”. Pero no se trata solo de mandar documentos. El filing es un estado de ánimo, es un paréntesis en la vida, es una preparación psicológica que puede durar semanas, es una fecha lejana en un calendario para la que no importa cuánto nos esforcemos, nunca estaremos lo suficientemente listos. Durante un filing no se es persona, no se duerme, no se come. Durante la semana de filing uno se vuelve desagradable, cuesta trabajo sonreír y cualquier contrariedad, por pequeña que sea, puede provocar un acceso de cólera devastador.
Empecé a prepararme psicológicamente con un mes de anticipación. A veces en la mitad de la noche me despertaba con la convicción de que sería imposible tener todo listo a tiempo. Perdía el sueño y llegaba temprano a la oficina dispuesto a tomar al toro por los cuernos para darme cuenta de que todo estaba bajo control. Al minuto siguiente volvía el pánico y la sensación de que todo estaba por hacer.
La semana pasada tuve mi filing de esos de 300 páginas y puedo decirles que la experiencia fue todo menos gratificante. Tuve ganas de renunciar, de mandar todo a la porra, de desaparecer, de sentarme a llorar frente a mi computador como en efecto lo hice ante el asombro de mi compañero de oficina. Afortunadamente todo lo que pasa en la oficina 713 se queda en 713 (a no ser que yo lo publique en el blog) y pude entonces maldecir a mi antojo y botar la rabia que cultivé durante las noches de insomnio en compañía de la Chica del Can que con su acento dominicano hacía que las horas pasaran más rápido (aunque debo reconocer que por momentos también habría querido botarla por una ventana y para ser sincero, habría botado hasta a mi santa madre).
Después del filing, mi amiga Penelope, me invitó a su casa a ver las elecciones presidenciales y a sumergirnos en Champaña entre amigos. Pasé otra noche en blanco, rodeado de amigos que adoro y abriendo una botella por cada estado que se iba con Obama. Esperemos que Mister Obama no nos olvide y que su gobierno sea tan inspirador como su discurso para que dentro de uno años podamos decir no solamente “yes we can” sino también “yes we did”.
2 comments:
estoy virgen de filing y tu post es lo último que tendría que haber leio a semanas de mi estreno!
espero que hayas exagerado un poquito para mi bienestar psicológico y físico también.
me despido con un infaltable, taraaaaaaaaaaa, tararararaaaaaaaaaaa!!!
Me alegre, amorcito, que nuestra fiesta de Obama te ayudo a relajarte. Mil gracias por venir compartir este momento historico con nosotros. Te mandemos a ti y Guillaume besos enormes y sueños realizados en 2009. Les queremos mucho.
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