El sábado pasado estuve en una fiesta colombiana. Dieron aguardiente y tamales. Para algunos franceses resultó difícil entender nuestro desmedido placer ante una plasta sin forma, de texturas dudosas, con todo tipo de colores y matices. La verdad es que no los culpo. El tamal después de abierto, cuando ya lo hemos desbaratado con el tenedor, no es para nada atractivo. Algunos bocados se convierten en un acto de fe. Nos llevamos el tenedor a la boca con la esperanza de que aquello que brilla no sea un pedazo de tocino baboso sino simplemente un rayito de luz reflejado sobre la masa del tamal. Confiamos también en que el cocinero haya sido lo suficientemente diligente como para deshacerse de todo lo que no nos gusta y esperamos que no encontraremos ni grasas ni cartílagos en nuestro camino. Una vez resuelta la cuestión de fe, el tamal se convierte en un verdadero placer.
Los encuentros con los colombianos están siempre rodeados de las mismas inquietudes: la renovación de la visa, la obtención del permiso de trabajo y tal vez la más importante, la búsqueda de trabajo. Todos hemos padecido el mismo calvario. Abogados de meseros en Hard Rock, Economistas haciendo hamburguesas en Mc Donalds, Arquitectos cuidando niños ajenos, politólogos vendiendo cerveza en un pub y en mi caso, maletero en un hotel y recepcionista de noche (léase celador). Conscientes de que todos los caminos conducen a Roma, tomamos la situación a la ligera y aprendemos que sólo riéndonos de nosotros mismos, podremos soportar el hecho de estar quedándonos del tren. Lo primero y tal vez lo más importante, es nunca compararse con los que se quedaron en Colombia. Es horrible ver que mientras uno carga maletas o prepara hamburguesas, los compañeros de universidad siguen escalando posiciones, aumentos de sueldo, experiencia profesional, hoja de vida, responsabilidades.
Si bien es cierto que logramos asumir nuestros nuevos oficios con una sonrisa, después de cierto tiempo, la angustia regresa y nos pone, tal vez, frente a la pregunta más importante de todas: ¿cuánto tiempo más podré seguir cargando maletas antes de encontrar un trabajo de verdad que me permita retomar mi carrera? y a esta pregunta se unen otras que lo único que logran es empeorar la situación: ¿cuánto tiempo más puedo insistir en la búsqueda de un trabajo en Paris antes de devolverme, vencido, para intentar retomar mi carrera en Colombia? o en otras palabras, ¿dentro de cuánto tiempo será demasiado tarde para regresar?
Lo que está en juego en ese momento es la vida entera. Hay que saber reconocer que cada año que pasamos por fuera del país, el regreso se hace cada vez más difícil y llega un momento en el que se hace casi imposible. ¿Toca entonces resignarse a vender hamburguesas con un diploma debajo del brazo?
El problema principal es que algunas profesiones no están diseñadas para la exportación.
El sábado tuve una conversación con un amigo y es a raíz de esa conversación que estoy escribiendo lo que ustedes están leyendo. Me contaba mi amigo que venía caminando por una calle y al pasar por el frente de una peluquería, vio una hermosa peluquera. Maravillado ante la belleza de la mujer, sintió de pronto como el encanto se desvanecía por el solo hecho de que en Colombia, uno no puede casarse con una peluquera. A nosotros nos han educado para que nos casemos con economistas, abogadas, cardiólogas, o con cualquier profesional que haya pasado más de cinco años en una universidad. Las peluqueras quedan, en consecuencia, por fuera del espectro matrimonial. No voy a entrar a discutir sobre lo estúpidos e inútiles que son nuestros prejuicios. Simplemente estoy describiendo una realidad de nuestra sociedad.
Me decía mi amigo, y en eso tiene toda la razón, que una peluquera es fácilmente exportable. Cortar el pelo es lo mismo en Bogotá, en Paris, en Tokio o en Los Ángeles. Una peluquera no tendrá que demostrar que conoce las evoluciones locales en materia de derecho administrativo o los últimos avances de las concepciones hidráulicas. Si en un momento determinado, el mercado de las peluqueras se encontrara saturado, mientras que el de las floristas estuviera en plena expansión, la peluquera podría volverse florista, pero, pídale usted a una abogada que se vuelva florista! Imposible.
4 comments:
Como diría alguna mujercísima por ahí: Este blog sigue siendo una excelente forma de empezar el día!!!
Habría que hacer un catálogo de profesiones exportables...
Las tortilleras son especímenes de exportación, da lo mismo serlo allá que acá, aunque las mañas cambien ligeramente de un lado a otro, pero la observación todo lo puede y una buena tarjeta de crédito también.
Imperia
Lástima que no la invitó a salir de todas formas. Quizás resultaba ser colombiana, y además de peluquera también era abogada! Se hubiera podido casar con ella y todo. MJ
Primo siga con su blog que esta super divertido, ayer solte un par de risootas en la oficina y la secretaria penso que me habia enloquecido.
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