Thursday, September 11, 2008

El placer de ser un inútil



El 12 de septiembre se cumplen cinco años desde que llegué a Paris. Nunca me imaginé que mi aventura parisina duraría tanto tiempo. Cuando salí de Colombia tenía la intención de pasar dos años por fuera: uno para aprender francés y otro para hacer un master. Imaginaba mi regreso triunfal a Colombia, completamente renovado después de un buen baño de mundo y con la firme intención de continuar mi vida y mi carrera en Colombia. Mi mamá siempre me dijo que ella tenía la seguridad de que yo no iba a volver y una vez más, la vida le está dando la razón porque al menos por el momento, yo de aquí no me muevo.

Como ya lo he dicho en alguna que otra línea, la llegada a Paris fue un poco difícil. Cuando uno se da cuenta de que no es un turista y de que la ciudad tiene que empezar a pertenecernos, algo se transforma, algo se rompe y empieza el camino de domesticación, de apropiación, de lenta adaptación.

Es impresionante como puede uno llegar a conocer a Colombia estando lejos de ella. Mi primera constatación es que la colombiana, es una sociedad servil. Siempre habrá alguien que hará las cosas por uno. Tan solo para citar un ejemplo, basta con decir que en Paris tuve mi primer encuentro cercano con una fotocopiadora. Nunca en mi vida había sacado una fotocopia y no creo ser el único. Es comprensible. En Colombia siempre hay alguien que saca las fotocopias. En las papelerías universitarias hay siempre una persona a la que le pagan solamente para prestar ese servicio. Uno simplemente dice cuántas copias quiere y después no es sino ir a recoger el trabajo. En Paris es diferente. El empleado de la papelería se limita a decirle a uno qué maquina utilizar y es en ese momento en el que hay que armarse de paciencia y de coraje para sortear las dificultades técnicas de sacar una fotocopia, porque es que eso de hacer una copia recto-verso no es cualquier pendejadita y ni hablar de las reducciones y de las ampliaciones.

Siguiendo con los ejemplos, la primera vez que hice mercado en Paris, fue también el momento de constatar que en Colombia estamos completamente malacostumbrados. Yo llegué a la caja registradora y empecé a desocupar mi carrito mientras la cajera registraba los productos uno a uno a la velocidad de la luz. Yo me quedé inmóvil, como es costumbre, oyendo el “bip” del código de barras y esperando que me dieran el total que debía pagar. La sorpresa fue enorme al darme cuenta de que todas mis compras se iban amontonando sin orden y como si se tratara de desechos detrás de la cajera y fue en ese momento que entendí que en Francia no hay empleados dedicados a empacar el mercado. Al principio fue una tortura. Empacar todo en bolsas y al mismo tiempo pagar, dar la tarjeta, marcar el código, firmar el recibo y todo ante la mirada impaciente de los que esperan en la fila.

Tampoco hay empleados de gasolinera. Van a pensar que soy un inútil, pero nunca en mi vida había echado gasolina con mis propias manos. Llenar el tanque para mi se reducía a abrir la ventana, sacar el billete y decir: “cinco de corriente”. Cuando empecé a manejar en Francia hice hasta lo imposible para evitar tener que ir a echar gasolina hasta que un día me vi obligado a hacerlo. Llegué a la bomba y esperé a que no hubiera nadie mirando mientras me animaba pensando que cualquier idiota puede echarle gasolina a un carro. Cogí la manguera, la puse en el roto (eso suena horrible), tiré del gatillo, oí un ruido y me quedé esperando unos minutos hasta que de algún lado salió un “bip” que mi instinto urbano interpretó como el final de la operación. Acto seguido pasé mi tarjeta de crédito, puse mi código, guardé mi recibo y partí victorioso. Cuando prendí el carro, la aguja aún indicaba que el tanque estaba vacío. No me preocupé porque sé que en algunos modelos la aguja se demora algunos segundos en subir. Después de muchos segundos de espera y de avanzar casi medio kilómetro, viendo que la aguja no se movía, decidí detenerme para revisar el recibo de la tarjeta de pago. La transacción había sido exitosa: Juan Otero acababa de poner en su tanque la suma de 27 centavos de gasolina. A mi nadie me dijo que el gatillo había que tenerlo apretado todo el tiempo.

Cinco años después, sigo peleando con las fotocopiadoras, sigo extrañando a los empacadores de mercado y sigo huyéndole a la gasolina.

2 comments:

Anonymous said...

Totalmente de acuerdo. La atención al público en Francia y en Europa en general es, digamos, amarreta.
Todas las cosas dichas son ciertas (aunque yo ya había aprendido fotocopiadoras, gasolina y demás). Hay que sumarle la falta de kioscos, locutorios y gente servicial del servicio telefónico y cable que en el día te vienen a hacer las conexiones. Pero París, quand meme, es maravilloso.

Unknown said...

Es triste, pero muy cierto... Además, en las tiendas, si buscas algún modelo que no está expuesto te suelen decir de mala gana: -"Si no lo encuentra es que no hay" o cuando vas a un restaurante (de los normalitos, tipo corrientazo) y te tiran los cubiertos y el plato, y si tienes alguna observación o crítica de tu plato, mejor te la guardas, o te expones a que el próximo venga con "sorpresita". Hay, el primer mundo...