El 14 de julio de 1789, el pueblo enardecido se tomó la Bastilla, marcando un hito en la que sería la revolución francesa.
En el siglo XIX se dicto una ley mediante la cual se establecía que el 14 de julio sería la fiesta nacional. Sin embargo, contrario a lo que todos los libros de historia me habían enseñado, la fiesta nacional francesa no conmemora la toma de la Bastilla sino la celebración de la primera fiesta de la federación que tuvo lugar el 14 de julio de 1790 y a la cual asistieron, además del incomprendido Luis XVI, delegados de todas las provincias francesas con el fin de celebrar la paz y promulgar la constitución que enterraría la monarquía absoluta.
En 1880, cuando el Senado decidió elevar el 14 de julio a fiesta nacional, el dilema reinante era si el día de orgullo nacional debía conmemorar la toma de la Bastilla o en su lugar, la primera fiesta de la federación celebrada en 1790. El Senado decidió conmemorar la federación al considerar que la toma de la Bastilla era una fecha sangrienta que no merecía especiales celebraciones, olvidando que la primera no era nada distinto que una conmemoración de la segunda. Es evidente cómo ya en el siglo XIX, lo políticamente correcto comenzaba a imponerse sobre las verdades irrefutables.
Hoy, ya entrados en el siglo XXI, la batalla de lo políticamente correcto continua haciendo estragos hasta el punto de impedir que podamos llamar las cosas por su nombre, buscando denominaciones absurdas y a veces hasta ridículas a las cuales tal vez nunca logremos acostumbrarnos. Es así como en la Francia de hoy, los enanos han dejado de ser enanos para convertirse en "personas de talla pequeña", los ciegos se han convertido en "personas que ven mal" y los sordos se han vuelto "personas que oyen mal". ¿A quién tratamos de engañar ? Un enano es un enano, un ciego no ve mal, simplemente no ve un culo y los sordos no oyen un carajo.
La lista continua. Ahora las cajeras de supermercado prefieren llamarse "anfitrionas de caja", los meseros "anfitriones de mesa", los viejos "personas de edad" y los recepcionistas "anfitriones de bienvenida". De seguir así, pronto tendremos que reaprender nuestro léxico en su totalidad para estar seguros de no salir de lo que es políticamente correcto.
Entiendo perfectamente las motivaciones de esta ola de nuevos términos. Hay que acabar con las discriminaciones y sobre todo, hay que evitar ofender. Sin embargo, hay términos que se vuelven ofensivos por el solo hecho de querer remplazarlos. Nunca en mi vida pensé que palabras como ciego o sordo pudieran ser ofensivas o discriminatorias. Pensé que se trataba simplemente de palabras mediante las cuales designábamos una realidad fácilmente verificable.
A veces por querer hacer el bien terminamos haciendo el mal. La obsesión del mundo moderno de no llamar a las cosas por su nombre y el miedo a dar un paso en falso acabarán con la espontaneidad del lenguaje.
Por último, no olvidemos que para ofender basta con añadir un adjetivo.
En el siglo XIX se dicto una ley mediante la cual se establecía que el 14 de julio sería la fiesta nacional. Sin embargo, contrario a lo que todos los libros de historia me habían enseñado, la fiesta nacional francesa no conmemora la toma de la Bastilla sino la celebración de la primera fiesta de la federación que tuvo lugar el 14 de julio de 1790 y a la cual asistieron, además del incomprendido Luis XVI, delegados de todas las provincias francesas con el fin de celebrar la paz y promulgar la constitución que enterraría la monarquía absoluta.
En 1880, cuando el Senado decidió elevar el 14 de julio a fiesta nacional, el dilema reinante era si el día de orgullo nacional debía conmemorar la toma de la Bastilla o en su lugar, la primera fiesta de la federación celebrada en 1790. El Senado decidió conmemorar la federación al considerar que la toma de la Bastilla era una fecha sangrienta que no merecía especiales celebraciones, olvidando que la primera no era nada distinto que una conmemoración de la segunda. Es evidente cómo ya en el siglo XIX, lo políticamente correcto comenzaba a imponerse sobre las verdades irrefutables.
Hoy, ya entrados en el siglo XXI, la batalla de lo políticamente correcto continua haciendo estragos hasta el punto de impedir que podamos llamar las cosas por su nombre, buscando denominaciones absurdas y a veces hasta ridículas a las cuales tal vez nunca logremos acostumbrarnos. Es así como en la Francia de hoy, los enanos han dejado de ser enanos para convertirse en "personas de talla pequeña", los ciegos se han convertido en "personas que ven mal" y los sordos se han vuelto "personas que oyen mal". ¿A quién tratamos de engañar ? Un enano es un enano, un ciego no ve mal, simplemente no ve un culo y los sordos no oyen un carajo.
La lista continua. Ahora las cajeras de supermercado prefieren llamarse "anfitrionas de caja", los meseros "anfitriones de mesa", los viejos "personas de edad" y los recepcionistas "anfitriones de bienvenida". De seguir así, pronto tendremos que reaprender nuestro léxico en su totalidad para estar seguros de no salir de lo que es políticamente correcto.
Entiendo perfectamente las motivaciones de esta ola de nuevos términos. Hay que acabar con las discriminaciones y sobre todo, hay que evitar ofender. Sin embargo, hay términos que se vuelven ofensivos por el solo hecho de querer remplazarlos. Nunca en mi vida pensé que palabras como ciego o sordo pudieran ser ofensivas o discriminatorias. Pensé que se trataba simplemente de palabras mediante las cuales designábamos una realidad fácilmente verificable.
A veces por querer hacer el bien terminamos haciendo el mal. La obsesión del mundo moderno de no llamar a las cosas por su nombre y el miedo a dar un paso en falso acabarán con la espontaneidad del lenguaje.
Por último, no olvidemos que para ofender basta con añadir un adjetivo.
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