Monday, July 21, 2008

La Fresa es Afrodisíaca


El dolor de muela es un hijo de puta. Les ofrezco mil disculpas por el lenguaje empleado pero es que un dolor de muela no es ni tenaz, ni duro, ni insoportable, ni fuerte. No. El dolor de muela es hijo de puta y para efectos de no llenar este escrito de palabrotas, en adelante me referiré a él como “el Desgraciado”, aunque siga pensando que no es más que un hijo de puta.

El Desgraciado comenzó a visitarme la semana pasada. Lo recibí cordialmente con una buena dosis de paracetamol que después resultó ser insuficiente por lo cual invité a Ibuprofeno a la fiesta. El Desgraciado se entendió bien con los invitados por lo que durante tres días, logramos convivir todos en armonía. Cuando Ibuprofeno se cansaba de lidiar con él, Paracetamol tomaba el relevo y así todos contentos. Sin embargo, ayer por la tarde, ni Ibuprofeno ni Paracetamol lograron contenerlo y me vi obligado a invitar a Codeína y a Cafeína. Dolor parecía contento pero algún desplante le habrán hecho las señoritas porque a las pocas horas ya nadie servía para nada. Pasé la noche en vela. Cuando por fin lograba dormirme, el Desgraciado me despertaba como diciendo “¿te desperté?, pensé que estabas despierto” y yo en su mirada podía leer la satisfacción de ser él quien controlaba la noche. El dolor de muela no da tregua. A veces se calma un poco pero al poco tiempo vuelve, primero con pequeñas punzadas que recuerdan su presencia para luego instalarse confortablemente mientras uno no puede pensar, no puede leer, no puede hacer nada distinto que pensar en él, en la manera de dominarlo para siempre.

Apenas llegué a la oficina llamé a mi dentista (acá todavía se les puede llamar dentistas y no se ofenden) y le pedí cita de urgencia. Me la dio para mañana en la tarde y mientras yo colgaba resignado, el Desgraciado me hacía muecas diciéndome al oído “ya vas a ver la noche que te espera”. Ante semejante amenaza llamé nuevamente a mi dentista y logré que me recibiera hoy mismo a las 5 de la tarde. Pasé todo el día contando las horas y en un acto de venganza, dejé que el Desgraciado se paseara a su antojo, que se instalara, mientras yo pensaba: “sigue jodiendo que en un par de horas te me largas” y el otro sin tener ni idea de lo que le esperaba.

Faltando 15 minutos para las 5 salí de la oficina como una tromba y mientras caminaba hacia el consultorio me di cuenta de que nunca antes en mi vida me había dirigido con tanta alegría a una cita odontológica. Mientras caminaba con el Desgraciado en su punto máximo, le decía: “grite lo que quiera, total ya ni me importa”. Disfrutaba esas punzadas de dolor convencido de que en unos minutos sería yo quien cantaría victoria. Sin embargo la cosa no fue tan fácil. Como dejé que el Desgraciado hiciera lo que le diera la gana, el nervio llegó hasta lo que se conoce como “punto máximo de excitación” que para los efectos prácticos significó nada más ni nada menos que una inmunidad a la anestesia. El Desgraciado quería tener la última palabra.

Después de ocho inyecciones tenía anestesiados hasta los pelos del culo y el Desgraciado seguía ahí, con su risa burlona y sur gritos de júbilo cada vez que la fresa me hacía brincar. El dentista muy considerado sugirió que continuáramos otro día y que tal vez si dejábamos que el nervio se calmara, la cosa sería más fácil. Estuve completamente de acuerdo hasta que empecé a oír la risa del Desgraciado. Me armé de valor y le dije al dentista (casi sin poder articular y babeando por culpa de tanta anestesia) que siguiera con su trabajo. Pasé unos cuantos minutos de angustia, después de los cuales el dolor empezó a volverse no solo soportable sino además agradable. Creerán que estoy loco, pero el sonido de la fresa, el olor a diente molido y la sensación de escalofrío que me recorría en ese momento, eran para la mi la música de la victoria. Después vino el tratamiento de conductos y luego de retener la respiración unos cuantos segundos, vino la calma.

Era yo quien tendría la última palabra.

2 comments:

Lina Céspedes said...

Me encanta cómo conviertes en personaje una experiencia.

Anonymous said...

Por Dios...

Espero que El Desgraciado ya haya remitido. Que lo hayas puesto en Jaque. No importa si utilizaste algún símbolo humanitario, o si fue todo a sangre y fuego. Lo importante con los sediciosos es reducirlos. Confundirlos. Obligarlos a rendirse. Esos focos subversivos hay que eliminarlos cuanto antes.

Imagínate si hubiera salido bien Marquetalia, Anorí... ¡Lo que nos hubiéramos ahorrado!

Espero que estés en un buen postconflicto. Con algo de ayuda humanitaria y un plan de choque en inversión social, la cosa puede funcionar.

Por ahora te dejo, porque me voy con Cesareo Pinchón al coctel que Daniel Ortega ofrece esta noche para honrar a Margot Honecker, (aka. The Purple Witch) por sus servicios (y los de su inefable marido) a la revolución sandinista.

Voy a llevar una boina roja para confundir al enemigo. Miranda Boronat dirá que es falta de estilo. Pero no. Vestirse mal, con los socialistas del siglo XXI, es una estrategia...

A.