Cuando tenía cinco años iba a veces con mi papá a comprar discos en una tienda repleta de acetatos. Después de la compra nos sentábamos en la sala a oír las nuevas adquisiciones que para mi resultaban en su gran mayoría incomprensibles y un poco ruidosas. En alguna de estas sesiones musicales cayó “Major Tom” de Peter Schilling. Al mismo tiempo que ponía la aguja sobre el acetato, mi papá me contaba la historia del Mayor Tom: un astronauta cuya capsula espacial pierde toda posibilidad de regresar a la tierra. Tom, consciente de su destino envía un mensaje de despedida a su esposa.
Mientras la música retumbaba, yo pensaba en lo que había vivido el pobre Tom, imaginando la soledad del espacio, la capsula alejándose de la tierra en la oscuridad, con un hombre abordo, un hombre que en ningún caso podía ser mas viejo que mi padre, un hombre que nunca mas volvería a ver un amanecer, un hombre abandonado a su suerte mientras en algún puesto de radio una mujer lloraba por su propia desgracia.
La historia del Mayor Tom fue tal vez mi primer encuentro con la tristeza. Años después supe que se trataba tan solo de una canción y que Tom no era más que un astronauta ficticio creado por David Bowie a finales de los 60s.
A mediados del siglo pasado, una perra rusa llamada Laika corrió con la suerte del mayor Tom. No supe si mandó un mensaje de despedida ni si en alguna pradera rusa hubo algún perro que muriera de tristeza esperando a su Laika.
Mientras la música retumbaba, yo pensaba en lo que había vivido el pobre Tom, imaginando la soledad del espacio, la capsula alejándose de la tierra en la oscuridad, con un hombre abordo, un hombre que en ningún caso podía ser mas viejo que mi padre, un hombre que nunca mas volvería a ver un amanecer, un hombre abandonado a su suerte mientras en algún puesto de radio una mujer lloraba por su propia desgracia.
La historia del Mayor Tom fue tal vez mi primer encuentro con la tristeza. Años después supe que se trataba tan solo de una canción y que Tom no era más que un astronauta ficticio creado por David Bowie a finales de los 60s.
A mediados del siglo pasado, una perra rusa llamada Laika corrió con la suerte del mayor Tom. No supe si mandó un mensaje de despedida ni si en alguna pradera rusa hubo algún perro que muriera de tristeza esperando a su Laika.
3 comments:
Mecano le hizo una canción a Laika. A mí la letra me parecía inofensiva, hasta que un día, cuando estaba llevando a uno de mis sobrinos al odontólogo, me dio por hacerla sonar en el carro. Al niño casi le da una crisis depresiva. Al otro día la mamá me prohibió ponerle canciones distintas a los canticuentos. Sin embargo, Nico rogaba porque le pusiera la canción. Poco a poco dejó de llorar. Ahora, con sus 20 años, es un defensor de animales.
Esta entrada me recordó una de las mejores películas que he visto: C.R.A.Z.Y. de Jean-Marc Vallée en que la, casualmente, David Bowie, con sus personajes imaginarios, es protagonista indirecto.
Que dizque te dieron un premio.
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